28 de enero de 2016

¿Qué tiene Praga que enamora?

De todos los destinos que recorrí tuve distintas opiniones, encontradas por lo general. De algunas ciudades tenía más conocimiento que de otras, más imágenes mentales que me habían quedado tras cientos de películas, o por su popularidad. Pero Praga me tenía desorientada. No sabía cómo lucía, ni qué iba a ver en ella. Sin embargo, no hubo persona a la que le contara que iba a recorrer unos días la capital de República Checa que no me dijera que era única, una de las más lindas, y que me iba a enamorar. Me fui con esas palabras, aunque para mí seguía siendo un gran misterio. Fue cuando llegué que entendí todo. No necesité más que unos segundos, fue verla desde la ventanilla del charter para entender que tenía un encanto particular.


El contexto de ese momento era el siguiente: era otoño, ya casi entrado el invierno (y creánme que si tuviera la posibilidad decretaría que esta estación fuera anulada), habíamos llegado al lugar donde más frío íbamos a sentir, y para mi sorpresa el día era corto, más de lo que estamos acostumbrados en Buenos Aires. A las tres de la tarde empezaba a bajar el sol. Lo descubrimos en el trayecto del aeropuerto al casco histórico. El sol iba bajando, y para cuando logramos llegar a destino ya era de noche. “¿Qué pasó?, ¿esto es normal acaso?” Estábamos completamente desorientadas. Así y todo, con una temperatura que rondaba los 4° y con el día más corto que tuve en 32 años de vida, Praga fue mi ciudad favorita por lejos.

Mi sensación desde el día uno, fue que estaba salida de un cuento. Y después comprendí que mi apreciación no estaba errada, porque muchos coincidieron en describirla de ese modo. No creo que exista una frase que la pueda definir mejor. Sus casas con tejados, sus colores, sus calles empedradas, sus puentes, sus castillos, sus relojes. Su historia, su antigüedad, su arte, sus tabernas, su bohemia. Todo en en ella es mágico.
Y sin embargo mientras la recorría, me daba la sensación que ya la conocía. Si bien a cada paso que daba no dejaba de maravillarme con cada rincón (de haberme visto en un espejo me hubiera encontrado con los ojos desorbitados y con la boca abierta, expresando un “aaaah”), sentía una familiaridad que hasta hoy no puedo comprender.



Tres días y medio no fueron suficientes para recorrerla como se merece. Dicen que en verano los días son largos, será cuestión de volver y re-correrla.



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