20 de febrero de 2016

Europa no es sólo Roma y Paris

Budapest nos dio un golpe de realidad, el primero del viaje, o quizás el que nos sacó de la ensoñación en la que uno se sumerge cuando viaja. Después de seis horas de recorrido en micro, llegamos a una parada en algún sitio de la ciudad, sin saber dónde debíamos ir (primera lección: tener una idea - aunque sea vaga- del circuito que te lleva de la estación/aeropuerto al hospedaje). A pocas cuadras encontramos el metro. Eran las 5 am, aun de noche y estábamos un poco adormiladas. Sin lugar a dudas, minutos después nos íbamos a dar cuenta que por querer ahorrar un poco de dinero, elegimos la peor opción (segunda lección: lo barato sale caro). Quizás para muchos de los que se bajaron del bus con nosotras la experiencia haya sido distinta. Pero para tres chicas, que venían enamoradas del cuento de hadas que había supuesto Praga, y que acostumbraban llegar a aeropuertos relativamente céntricos o a estaciones de trenes bien concurridas, una parada de ómnibus, en un punto de la ciudad que no tenía referencia a nada y en medio de la noche, claramente no fue la mejor elección.
Fue así como nos vimos envueltas en los minutos más largos de nuestro viaje. Un poco por ignorancia nuestra y otro poco por falta de voluntad de la gente a la que recurrimos en busca de información. No tuvimos la suerte, como hasta ese momento, de encontrarnos con personas amables y predispuestas. Se podría decir que empezamos con el pie izquierdo, y todo lo que hasta ahora era mágico y perfecto se estaba desarmando como un castillo de arena.
Puente de las cadenas

Pero por suerte Budapest nos terminó mostrando que también tenía otra cara. Que si bien el inicio no había sido el esperado, nos terminó encandilando con su belleza. Cabe aclarar que cuando uno se encuentra un poco perdido, sin referencias o para quienes viajan solos, una opción certera es la de hacer los free tours. Lo hay de distintos tipos, y en muchas ciudades. La gente encargada de llevarte a recorrer, además de contarte su historia y mostrarte los edificios más emblemáticos, son los principales referentes para todo ese tipo de información que uno necesita cuando pone un pie en el lugar (dónde está la mejor casa de cambio, dónde se pueden probar comidas típicas), y además como trabajan con el turista, están predispuestos a concederte su tiempo para darte las mejores referencias. A nosotras nos sirvió, y mucho.
Ahora bien, poniendo el foco en esta ciudad que tantas veces apareció en los libros escolares, y que tanto conocíamos pero a la vez tan poco, lo que más nos impactó de Budapest fue descubrir que así como la recordábamos, era una ciudad dividida en dos: Buda y Pest. Dos ciudades separadas por el Danubio, tan distintas entre sí, pero cada una con su singular encanto y su espectacular brillo nocturno como cual diva. Porque la capital húngara tiene eso, su noche cobra vida como pocas. Sus grandes edificios se iluminan por completo y hacen que la ciudad se vuelva imponente a la mirada de quien la transita.
Sissi y Francisco José I

Vista del Parlamento 

Parlamento de Budapest

Y aun más relevante, al menos para nosotras, fue que allí y no en otra ciudad, nos hicimos de un grupo de amigos pasajeros - así me gusta llamarlo-, y creo que no fue casualidad. Si bien fue poco lo que estuvimos y pudimos compartir, ahí logramos ser parte de una pequeña comunidad de latinoamericanos, que al escuchar el acento o ver el mate en brazos de uno, hizo que nos fuéramos acercando. Supongo que necesitábamos, no sólo maravillarnos con su brillo, sino de la companía de otros viajeros para sentir que todo estaba bien, y que el viaje debía continuar tal como hasta ahora. Y así darnos cuenta que un altercado no es más que eso, un mal momento, pero que siempre va a haber alguien con la predisposición para darte una mano y hacerte sentir, que si bien estás a miles de kilómetros, nunca estás solo.

Bastión de los pescadores

Bastión de los pescadores

3 de febrero de 2016

Dos días en Venecia

Con Venecia tuve una experiencia similar a la que viví en París. Fui con miedo a encontrarme con algo que no me guste, o mejor dicho que me desilusione. Programé dos días creyendo que bastaba y seguida por lo que dicen todos, que no necesitaba más para recorrerla. Y fueron dos días porque no quería andar a las corridas, porque de lo contrario, uno hubiera sido la elección.

Estaban los que decían “te vas a enamorar”, “es distinto a cualquier otra cosa que hayas visto hasta ahora”, y quienes opinaban “que era demasiado sucia”, “que no tenía ningún encanto”. Finalmente llegué para descubrir cómo era y poder crear mi propia versión. Venecia es distinta, sí. No sé si hay algo que se le parezca o no, aún me falta mucho por conocer, lo que sé es que me cautivó, que me encuentro en ese primer grupo de personas que quedó fascinado, junto a mis dos amigas que recorrieron el viejo continente conmigo. Caminar por sus callecitas, perderme entre ellas y encontrarme al final de cada una con sus canales y las casas rodeadas por agua, me hizo comprender que todo depende del ojo con que se mire, del gusto de quien la recorra. Y es que siempre me gustaron más las ciudades pequeñas que las grandes. Son más silenciosas, de perfil bajo, y tienen rincones con grandes encantos. Por eso me enamoré de ella, porque no necesita grandes fachadas para imponer, ni brillantes luces para encandilar.

Caminar por las calles de Venecia, te da la sensación de estar dentro de una gran maqueta. Un estudiante que quería sobresalir en su clase la diseñó para que cada viajero que la recorriera tuviera la sensación de estar dentro de una realidad paralela. Sus calles empedradas invitan a perderse. Podés cruzarte con un puente tras otro, y volverte a encontrar con una calle con salida al canal, como la que que viste unos minutos atrás, y así y todo no dejás de sentirte maravillado, de encontrar lo distinto donde todo parece similar. Venecia tiene ante todo: encanto.